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Lo que empezó como un proyecto para promocionar una aplicación de booking, evolucionó a una experiencia de ensueño, literalmente inalcanzable. En el documental Fyre: The Greatest Party That Never Happened, el director Chris Smith nos presenta el desarrollo del polémico festival.
¿Qué pasó realmente?
En condiciones normales, un festival requiere meses de preparación. En este tiempo el equipo se encarga de aterrizar la idea y trabajar para hacerla factible. Son muchos los elementos que necesitan ser coordinados, y aun así se corre el riesgo de que algo se complique conforme se acerca la fecha del evento.
El primer error del Fyre Festival fue que se presentó la idea a lo grande (en una locación paradisiaca y utilizando a modelos e influencers del momento) antes de que el festival fuera planeado. El target: Millenials de clase alta, los cuales compararon casi la totalidad de las localidades al poco tiempo de ser lanzado el concepto.
El plan inicial era hacer el festival en una isla privada que no contaba con las condiciones mínimas para ser habitada, y en la que se planeaba meter más gente de la que le cabía. La atención se fijó en promocionar el evento y tener a las celebridades hablando de ello en vez de resolver el problema que significaba su realización.
Los siguientes malos pasos fueron que el equipo encargado de la producción fue contratado alrededor de cuarenta y cinco días previos al evento, y que el festival tendría lugar en una época muy concurrida en la zona.
La isla original ya no sería utilizada dado que por cuestiones legales no podían decir el nombre de uno de sus dueños anteriores (Pablo Escobar) y fue lo primero que hicieron en su video de presentación. El cambio de locación originó más problemas para la ya difícil organización del evento y dio pauta para que el mismo equipo empezara a preguntarse si en realidad el Fyre Festival sería la experiencia prometida.
Con el pasar de los días las necesidades aumentaban y el dinero se destinaba a todo menos a lo que de verdad importaba. Las condiciones reales estaban cada vez más lejos del lujo que los promocionales habían vendido, y comunicar la situación a los asistentes (que para entonces ya empezaban a preguntar sobre sus traslados e información sobre su estadía) no era opción para las cabezas del proyecto, aunque la mayoría del equipo insistía en ello. A esto hay que añadirle que una noche antes del festival la lluvia puso la cereza en el pastel, dejando inservible lo poco que se había podido montar.
El gran día llegó y los asistentes apenas podían creer que su transporte y el lugar al que arribaron era muy distinto a lo que habían agendado en un principio. La zona de acampar era un caos: tiendas nada lujosas y completamente mojadas, villas inexistentes, agua y comida (ni cerca de ser gourmet) insuficiente… Como era de esperarse, la situación escaló a redes sociales y el resto es historia.
La pésima planeación no sólo afectó a quienes compraron entradas. Inversionistas, prestadores de servicios y trabajadores locales perdieron dinero y horas de trabajo en un proyecto que no tenía ni pies ni cabeza, que se iba armando según las necesidades del momento.
Hacer un concierto significa planear bien las cosas y mucho trabajo duro, un festival multiplica estos esfuerzos por diez. Eventos como el Fyre Festival no se pueden hacer a la ligera, ni resolverse sobre la marcha, o las consecuencias para todos los involucrados serán desastrosas.
Puedes encontrar el documental en Netflix.
Imagen: Fyre Festival
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