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En estos tiempos lo que vende es el reggaetón. Todo artista pop que quiera tener sus cinco minutos de fama debe sí o sí, entrarle al género, ya sea por su cuenta o haciendo un featuring con alguno de sus exponentes de moda. Pero ¿te acuerdas qué pasaba antes del dominio del reggaetón? Regresemos unos cuantos años, a la época en la que se triunfaba siguiendo una simple receta.
El pop ha representado una gigantesca industria de entretenimiento que se encarga de generar “estrellas” alrededor del mundo. Es claro que a lo largo de la historia su esencia ha ido variando según la forma de vida que se lleva en ese momento. Por allá de 2006 y hasta unos diez años después, el contenido musical que el pop ofrecía era considerado por muchos como desechable o sin sentido, básicamente igual que con el reggaetón en la actualidad, pero se quejaban de otras cosas. Para entender nuestra relación con la música, es necesario revisar los inicios de ésta.
El sonido ha estado presente desde la prehistoria. Con el paso del tiempo y la evolución del hombre, su uso y las formas de generarlo avanzaron, permitiéndonos estar alerta, cazar, combatir, congregarnos, divertirnos, etc. Y como resultado del entendimiento a un nivel más alto, nos ha permitido sentir.
La RAE define música como “el arte de combinar los sonidos de la voz humana o de los instrumentos, o de unos y otros a la vez, de suerte que produzcan deleite, conmoviendo la sensibilidad, ya sea alegre o tristemente”. A partir de estas características, el ser humano ha podido desarrollar su creatividad para hacer llegar un mensaje de una manera más profunda, que puede impactar profundamente en el receptor y detonar una serie de sensaciones que hacen la experiencia más enriquecedora.
Eso explica por qué podemos sentirnos tan identificados con muchas canciones que hemos escuchado a lo largo de nuestra propia historia, esas que forman ya parte esencial de nuestro soundtrack de vida. Es importante resaltar que con el paso del tiempo las canciones han hablado de diversos temas para generar algo en quien las oye, y desde hace mucho ya no se trata de descubrir el hilo negro a la hora de expresar emociones, solo cambia la manera de abordarlas.
Las canciones pop siempre han sido pegajosas, y algunas nos han dado vueltas en la cabeza por un buen rato. Este fenómeno suele ser representativo de un hit, y se traduce a grandes ganancias para los responsables de dicho material. Las canciones del periodo anterior al reinado del reggaetón sonaban muy parecidas entre si (como todas las de una misma época), y sí, escuchábamos lo mismo una y otra vez. En el ambiente major a las disqueras les interesan las ventas, y si algo ya se probó como exitoso, buscan replicarlo con todos sus artistas.
La Universidad Médica de Viena realizó un estudio donde se examinaron 15 géneros y 374 subgéneros. En él se analizó la complejidad de los géneros a través del tiempo (solo aspectos cuantitativos) y se comparó con las ventas que cada uno tuvo. Encontraron que en casi todos los casos, mientras más popular es el género, se vuelve más genérico. Los investigadores lo interpretaron como “a medida que la música se vuelve una fórmula en términos de instrumentación para incrementar las ventas, se vuelve tendencia popularizar estilos de música con poca variedad y músicos con habilidades similares”.
Sí, mientras más simple sea una canción, es más fácil que la escuchen más personas y las oportunidades de venta incrementan.
La gente se casa con lo familiar y es lo que las disqueras aprovechan para meter más y más de algo que al público le resulte similar. Es un ciclo que se repite, por lo que siempre movemos la cabeza al ritmo del mismo beat.
La información que este estudio arrojó no puede llevarnos a otra cosa que no sean los famosos cuatro acordes en los que se basan millones de canciones del pop, las infalibles progresiones I-V-VI-IV (la optimista) o VI-IV-I-V (la pesimista).
Ejemplos de la primer progresión son “Happy Ending” de Mika (2007), “If I Were A Boy” de Beyoncé (2008), “Someone Like You” de Adele (2011), “Heart Attack” de Demi Lovato (2013) y “Cheap Thrills” de Sia (2016). De la segunda tenemos “Poker Face” de Lady Gaga (2008), “Love Me” de Justin Bieber (2009), “Grenade” de Bruno Mars (2010), “Whistle” de Flo Rida (2012) Y “Bailando” de Enrique Iglesias (2014). Interesante, ¿no? Todo encaja perfecto en la receta que se ha cocinado durante años.
Ahora toca el turno de presentar un pequeño truco que estuvo presente en la mayoría de los éxitos del periodo 2006-2016: el Millennial Whoop. Este elemento es una secuencia que alterna entre la tercer y quinta nota de una escala mayor, y su extensión es de ocho notas. Puede entrar en diferentes tiempos según la canción y los cantantes suelen hacerlo en un belting con “oh’s” o con un patrón “uh, oh, oh, oh”. Claros ejemplos de esto son “California Gurls” de Katy Perry (2010), “Little Numbers” de Boy (2011), “I Really Don´t Care” de Demi Lovato (2013) y “All I Want” de Stonefox (2013). Se dice que esta herramienta da una sensación de que todo va a estar bien.
Otro elemento que me parece importante remarcar es la construcción de las letras. Como dije anteriormente, los mensajes no cambian, siempre se habla de lo mismo y lo interesante de las nuevas composiciones es su manera de decirlo. Al momento de crear una canción, lo más recurrente es utilizar la forma sonata, la cual ha sido herramienta primordial desde los inicios del clasicismo. Su estructura se conforma por una introducción (opcional), la exposición (las famosas A y B) una en tonalidad principal y la otra en una relativa, el desarrollo (C donde la variedad tonal puede ser enorme), la reexposición (regresar a A y B, ambas en tonalidad principal) y la coda final (que también es opcional).
Esta estructura es la que nos dio canciones inolvidables y que hasta se han adoptado como himnos (aquí es donde incluyo mis favoritas). “Listen” de Beyoncé (2006), “Firework” de Katy Perry (2010) y “All I Ask” de Adele (2015) por mencionar algunas.
Luego llegó un momento en el que nos encontramos composiciones como “I Gotta Feeling” de The Black Eyed Peas (2009) y “Selfie” de The Chainsmokers (2014), que nos hicieron decir ¿¡qué!?
Como en todo, hubo cosas muy padres y otras que no tanto, y desafortunadamente varias de esa segunda clasificación que se volvieron super populares entre el público. Ese tipo de canciones “sin pies ni cabeza”, a las que todo el mundo se refería cuando hablaban de lo desechable que era el pop, fueron las que lograron captar la atención de miles con beats pegajosos y temas que generalmente hablaban de fiesta. Entonces, ¿por qué las seguíamos escuchando? Nunca me quedaron claras las quejas de la gente por el tipo de canciones, cuando al mismo tiempo las ayudaban a llegar a lo más alto de las listas. ¿No se suponía que estaban en contra de esas creaciones? La contradicción sigue vigente en nuestros días: la gente se queja que todo es reggaetón y que ya están hasta la madre, pero cuando lo escuchan en una fiesta comienzan a mover los pies.
Continuará…
Imagen: Arturo Corona
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Muy buen artículo, me gusto
Excelente artículo, la verdad me quedé picada, ya quiero leer la continuación.